Jueves 25 de abril de 2024

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Viajero frecuente Abilio recibe una misión de labios de su tío Maclovio -si todos tenemos un tío Maclovio, el suyo era el más Maclovio de los tíos-:
2017-07-22 avistar el mundo, desenredar nuevos idiomas, explorar la vasta redondez del planeta. Ahíto de curiosidad y de esperanza, aborda su primer avión para emprender una mínima odisea que al cabo lo traiga de vuelta al pueblo y a los brazos de su adorada Anacoluta, con quien se ha prometido en matrimonio.

Cerca del regreso, el joven recibe un premio inesperado que, bien visto, también es un obstáculo: un paquete de millas. En la letra pequeña: a riesgo de perderlas, ha de usarlas de inmediato. Abilio duda, pero, como todo buen héroe, al final no se sustrae a la aventura. Ni qué decirlo: al término de su periplo, una nueva lotería -con otra generosa dotación de millas- lo arrastrará a los más extravagantes rincones del planeta.

Nuestro Abilio se incorpora así al selecto club de los viajeros frecuentes: esos argonautas modernos que, a fuerza de ganar e invertir sus millas, consagran sus vidas a tropezar de aeropuerto en aeropuerto y de escala en escala sin otra meta que -Cavafis dixit- el viaje mismo. Abilio pronto se topa con otros miembros de su gremio; todos admiran y envidian al Gordo Pelosi, el flemático poseedor del récord de millas en tiempos recientes, y reverencian a Liborio la Momia, un anciano que, cual judío errante, no se ha detenido desde tiempos inmemoriales y vuela sin reposo, medio adormecido, en su silla de ruedas.

Nadie asuma que la vida del viajero frecuente es fácil: tras el deslumbramiento, empiezan a dolerte los riñones, ya no te ilusionan tanto Ulán Bator o Tasmania y te aburres de bañarte en los servicios de otra terminal. Cuando Abilio se topa con el Gordo Pelosi, éste le diagnostica signos del agotamiento y le anuncia la peligrosa tercera fase que se cierne sobre todo viajero frecuente, la temida Escala Tropecientos: el instante en que el regreso ya no es posible.

Abilio, enfurruñado, cree que el Gordo -su competencia: su espejo- busca desanimarlo y no cesa en su afán por vencerlo. Pero éste es ya el segundo malestar que se incuba en su cuerpo: semanas atrás, durante el homenaje que se le rendía, Liborio la Momia alcanzó a balbucir que sólo ansiaba volver a casa antes de que los organizadores le arrebatasen el micrófono. Los siniestros augurios no refrenan, empero, a nuestro héroe, quien sigue acumulando premios, millas, ciudades, selfies. Hasta que recibe la absurda, trágica, pavorosa noticia: el Gordo Pelosi -sí, el Gordo- se arrojó de una avioneta sobre el Himalaya y desde entonces se halla desaparecido...

No cuento qué más le ocurre a Abilio, el protagonista de Última escala en ninguna parte, el libro póstumo de Ignacio Padilla que acaba de publicar el FCE en su colección "A través del espejo". Se trata, estoy cierto, de uno de sus mejores textos breves, el universo donde se sentía más cómodo. Como todo gran cuento para niños y jóvenes, Última escala... es una gran lectura para adultos: una profunda, melancólica, desencantada reflexión sobre la existencia, sobre las carreras que elegimos (o nos eligen), sobre el sentido o el sinsentido de atesorar millas y reconocimientos, ansias y recelos, sobre la inercia que nos atenaza sin remedio.

Me es imposible, tras la muerte de Nacho, no desvelar los secretos autobiográficos que siempre escamoteó en sus textos para adultos e insertó en perfectos y retorcidos cuentos de hadas como Los papeles del dragón típico o Todos los osos son zurdos. Su reflexión, a punto de alcanzar esa mediana edad que se le escamoteó, gira aquí en torno a su propia carrera literaria, impulsada por decenas de premios; la amistosa competencia que nos unía; y la sensación compartida sobre la honda inutilidad de la batalla.

Al comenzar este hermoso y triste libro pensé que Nacho se identificaba con Abilio; al terminarlo creo, en cambio, que él es el Gordo Pelosi: al saltar hacia su propio Himalaya y huir de la Escala Tropecientos me dejó aquí, obligado a contemplar esa foto anónima en la cual se le ve, o no, serenamente recostado frente a un mar azul muy intenso.



@jvolp

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